Inteligencia Artificial, ¿emprobrecimiento humano?

Sirva este texto a modo de resumen de la firma de Gemma Galdon, Presidenta de la Fundación Eticas, para la revista de Economistas Sin Fronteras en su número 42 ‘Sociedad digital, reconstruyendo expectativas‘ de verano de 2021, que puedes descargar aquí.

 

Es innegable que la Inteligencia Artificial nos acompaña a diario en las noticias, películas, novelas, series… Nos rodean informaciones que, por lo general, carecen del rigor científico que necesitaríamos para evitar quedarnos con cara de susto cuando en cualquier pantalla aseguren que gracias a no sé qué robot y a un algoritmo se puede conseguir resolver, pongo por caso, el hambre en el mundo. 

Pero empecemos por el principio. La inteligencia artificial ni es artificial ni es inteligente. Todos esos robots que aseguran acabarán sustituyendo a las personas no solo no están a la vuelta de la esquina, sino que es muy poco probable que acaben teniendo una conciencia suficiente para sustituirnos y dominar el mundo.

A día de hoy, la Inteligencia Artificial es la suma de capacidad de procesamiento de datos (Ley de Moore), de disponibilidad de datos (por la proliferación de sensores de recogida de información, desde nuestros móviles y ordenadores a la cámaras de vigilancia, pasando por los sensores que proliferan en espacios urbanos, vehículos, etc.) y la posibilidad de codificar fórmulas que integren nuevos datos en tiempo real, lo que se conoce como «aprendizaje automático», para extraer conclusiones de todo eso. La herramienta que lo hace posible es el algoritmo, la fórmula matemática, más o menos compleja, que se construye para programar cómo se procesan los datos que se manejan.

Pero… ¿Debemos recurrir a ella? ¿Nos potencia o nos limita?

Cuando menos debemos estar atentos. La insistencia en la necesidad de crear inteligencias artificiales se basa en una premisa tan falsa como peligrosa: los humanos no somos confiables y las «máquinas» toman mejores decisiones que las personas. El problema principal no es que la IA sea inútil o perjudicial. Es que nuestra mala comprensión de sus capacidades reales, nuestra fe en su superioridad nos lanza al desarrollo de soluciones automatizadas en ámbitos complejos donde la IA precisamente deja de ser útil y empieza a ser peligrosa. 

 

Gemma Galdón Clavell 

Presidenta de la Fundación Eticas