El impacto medioambiental de la IA: ¿salvadora o destructora?

La inteligencia artificial a menudo se presenta como la nueva solución para proteger el medio ambiente. De hecho, la IA ya se ha puesto en uso con este propósito; IBM la aplica en su sistema de detección de incendios forestales ‘Bee2FireDetection’, mientras que Microsoft ha apoyado proyectos como ‘Wild me’ en el que se utiliza para combatir la extinción de especies.

Pero la IA viene a su vez acompañada de un alto costo medioambiental. Según un estudio llevado a cabo por la Universidad de Massachusetts en 2019, el desarrollo de modelos de IA de procesamiento del lenguaje natural conlleva un consumo de energía que equivale a la emisión de 280 toneladas de CO2. Esto significa que el entrenamiento de tan sólo uno de estos sistemas realiza las mismas emisiones que cinco vehículos durante toda su vida útil, incluyendo su proceso de fabricación. Según recoge Nature, este gasto de energía sería el equivalente a 125 viajes de ida y vuelta entre Nueva York y Pekín.

Ya en 2017 Greenpeace estimaba el consumo de energía de las tecnologías de la información en el 7% del recurso global, un porcentaje que se prevé que siga aumentando a medida que se incrementa el uso de las TIC. Un año más tarde, un estudio de OpenAI apuntaba que la cantidad de potencia informática necesaria para ejecutar grandes modelos de IA se duplica cada tres meses y medio.

Una parte importante de este consumo proviene de los centros de datos, lo que conocemos como ‘la nube’. Se estima que estos centros ya consumen el 2% de la energía global. Su gasto es tan elevado que en el oeste de Londres se ha planteado la prohibición de construcción de viviendas hasta 2035 debido a que la red eléctrica podría no hacer frente a sus necesidades energéticas por la alta demanda que tienen los centros de datos allí instalados.

Pero el impacto medioambiental comienza mucho antes. La extracción de metales como el litio, utilizado para fabricar la batería de la mayoría de los dispositivos electrónicos que utilizamos, provoca la degradación del suelo, perjudica el acceso al agua, contamina el aire, atenta contra la biodiversidad del lugar y favorece el calentamiento global. Por no hablar de la vulneración a los derechos humanos y la explotación laboral que conlleva esta minería, que a menudo se lleva a cabo en entornos empobrecidos.

A pesar de ello, el potencial de la IA para proteger la naturaleza es real. La plataforma europea ENERsip ha desarrollado y validado una plataforma TIC que permite reducir el consumo eléctrico a nivel residencial en torno a un 30%. 

Por nuestra parte, desde Eticas nos preocupamos no solo por una tecnología que proteja a las personas, sino también que proteja nuestro entorno. Actualmente, trabajamos por una IA sostenible a través de varias iniciativas, como por ejemplo el proyecto MADRAS financiado por la UE, el cual tiene como objetivo impulsar la producción de electrónica orgánica.

Sumar fuerzas en proyectos de este tipo, o iniciativas como las mencionadas al principio de este artículo, así como apoyar las energías y los materiales renovables y realizar un consumo responsable es lo que hará que la IA pueda aprovechar su gran potencial como protectora del medio ambiente,  minimizando el daño que a su vez le provoca.